En la ciudad de los Ángeles, un 3 de setiembre de 1967, un
famoso obispo protestante, dijo que había tenido que colgar los hábitos por
órdenes superiores, porque estaba en constante comunicación con el espíritu de
su hijo. Desde los albores de la actual civilización se ha querido invocar a
los espíritus, para pedirles favores, para agradecerles algo que hicieron o
para saber cómo les iba en el otro mundo. Han llegado, a lo largo de la
historia, miles de mensajes de los difuntos, en circunstancias confusas unas
veces y aparentemente lógicas otras, pero no existe hasta el momento absoluta
certeza de que pueda confiarse en estas comunicaciones. De haberse probado ya
la procedencia ultra terrenal de tantos mensajes, por medios científicos, ¿habría
todavía tantos escépticos que no aceptan este fenómeno y lo consideran un
perfecto fraude?
Nos dirigimos un momento a la noche de los tiempos, mucho
antes del advenimiento del cristianismo; donde nadie tenía problemas para
tratar de consultar con los muertos, con la sola
excepción de los judíos, en
cuyo antiguo testamento se prohibía recurrir a las pitonisas para la
comunicación con el más allá. Tampoco la religión cristiana aprobada las
consultas con los antepasados, por muy buenos consejos que pudieran dar. Era
mejor dejar a los muertos en sus tumbas, sin molestarlos. Y las cosas siguieron
en el mundo occidental por ese camino de respeto a los difuntos hasta que hace
siglo tuvo lugar el acontecimiento de Hydesville, que muchos consideraron un
milagro y otros tildaron de cosa ridícula.
A mediados del siglo XIX, Norteamérica era un país profundamente
puritano, donde la palabra ateo no se inventaba todavía. La población
pertenecía a diferentes sectas derivadas del protestantismo, igualmente
fanáticas. Había episcopales, cuáqueros wesleyanos y metodistas, entre otros, a
los que se sumarían mormones adventistas, y ni uno solo dejaba de asistir a la iglesia
los domingos y días de fiesta.
Parecen coincidir las crónicas en que la familia Fox fue a instalarse
a fines de 1847 en una vieja casona por el rumbo de Hydesville, Nueva York,
cuyo anterior propietario la tuvo que abandonar a causa de unos molestos ruidos
que no le dejaban dormir. Pero los ruidos no desaparecieron al llegar John D.
Fox, su esposa y sus hijas Margaret y Kate.
La tarde del 11 de diciembre, estas niñas que en unos libros
tienen 8 y 6 años de edad, respectivamente, y aparecen en otros con 15 y 12,
conversaban tranquilamente cuando oyeron unos extraños ruidos.
Las dos niñas se asustaron. La madre intervino para
tranquilizarlas y ordeno bromeando al ser invisible que diese tantos golpes
como suban las edades de sus dos hijas. Y sonaron catorce golpes o diecisiete, según
la persona que escribiría este episodio y a esta pregunta siguió otra. ¿Era un
hombre quien daba los golpes? No hubo
respuesta ¿Se trataba de un espíritu? Sonó un golpe en toda la casa, que
correspondía a una contestación afirmativa. En aquel preciso instante nació el
espiritismo, al mismo tiempo que un método práctico para comunicarse con el más
allá. Un golpe significaba sí y dos eran una respuesta negativa.
Este hecho hizo que se propagará el espiritismo. Las dos
hermanas se volvieron populares. Comenzaron a surgir hechos de comunicación con
parientes fallecidos. Algunos afirmaban que eran ciertos, otros en cambio salían
decepcionados. Hasta que el pastor de la ciudad los echó por estar poseídas por
el diablo; trasladándose a la ciudad de Rochester. Y en esta casa se
enriquecieron las veladas con otro fenómeno. Unían las manos los presentes y
comenzaba a vibrar la mesa, hasta elevarse unos centímetros en el aire. En consecuencia,
aumentó el interés de la gente por la familia Fox. Hasta que abrieron un
consultorio espiritista. El dinero comenzó a entrar a ríos en el hogar de los
Fox. Luego hicieron maletas y se fueron a Nueva York.
Llega el año 1848 y se celebró el primer congreso de
espiritismo en la ciudad de Cleveland, Ohio. Sumaban ya diez mil los médiums de
toda la Unión Americana, que poseían como las Fox la hermosa facultad de servir
de agente intermediario entre los mortales de acá y los difuntos del más allá.
Pero no todos estaban de acuerdo con el naciente espiritismo. Tres médicos de
la ciudad de Búfalo, los doctores Flint, Lee y Coventry llegaron a las
conclusiones que los ruidos supuestamente provocados por los espíritus no eran
más que simples contracciones rápidas de ciertos músculos de las pantorrillas,
acompañados por el crujido de la rótula. Para estos doctores no había duda que
se encontraban ante un fraude. Esta conclusión fue sometida a una prueba
llevada a cabo por el fisiólogo alemán Dr. Schiff ante los miembros de la
Academia de Ciencias de Francia en 1859, realizando las contracciones que
reproducían los ruidos espiritistas, sin que ninguno de los presentes pudiese
precisar de dónde procedían. Pero nada de cuanto hicieron los médicos sirvió
para algo, porque creció el número de adeptos al espiritismo y aparecieron
profetas de la nueva doctrina en varios países, hasta que llegó el 21 de
octubre de 1888, Margaret Fox quien se había casado a los 16 años y andaba por
arriba de los cincuenta, declaró a un periodista del New York Herald que todo
aquello de comunicarse con los difuntos lo habían inventado ella y su hermana y
era un puro cuento. Los ruidos los hacían con los dedos de los pies. Más tarde
se retractó de lo dicho. No podía hacérsele mucho caso, porque tanto ella como
su hermana eran alcohólicas desde hacía algún tiempo.
De igual forma el espiritismo siguió creciendo
en todos los continentes. En Francia surgieron los espiritistas que fueron
conocidos como León Rivail, Fortier y madame Plainemaison. Nos detenemos
un
momento con Leon Rivail quien tomó el nombre de Allan Kardec por haber sido
éste el nombre de su vida antepasada de un sacerdote druida, y en una de sus
comunicaciones con un espíritu le dijo que estaban listas las bases para
dictarles lo que será la nueva religión. Así nació el libro “El libro de los espíritus”
con 500 páginas, donde ninguna editorial quiso publicarlo, hasta que él mismo
solventó los gastos, por supuesto aconsejado por su guía espiritual y
efectivamente resultó un éxito total con quince reimpresiones continuas.
El siguiente libro rompió toda estadística. Se tituló “El
libro de los médiums”, donde hasta ahora ha seguido vendiéndose en casi todos
los países del mundo.
Se ha dicho que en la antigüedad se dialogaba ya con el alma
de los difuntos y que éstos daban a veces valiosos consejos a los vivos. Pero
¿realmente se producía esta comunicación o tal vez creían los antiguos que la
realizaban?
Quienes acudían a un templo en Grecia contaban sus cuitas a
una sacerdotisa menor, quien informaba de cuanto escucho a sus superiores. Se
aconsejaba al paciente y se le daba la oportunidad de liberar sus íntimas
angustias. Es decir, que el paciente se confesaba, igual que el harían siglos
más tarde los católicos ante el cura. En cuanto a los golpes procedentes,
aparentemente del más allá, existe, en opinión de los parasicólogos una clara explicación:
son el resultado de una intervención del subconsciente. Y dan ejemplos.
Uno de ellos es la tabla quija, en la cual se escriben
mensajes del más allá, movida inconscientemente por la persona que a ella se
asoma. Hay casos inexplicables de aparente certeza de comunicación con los
muertos como el caso de Keith Reinhart en 1936 en Japón o de Luis Martínez,
conocido como Luisito en el año 1951, por citar algunos de los tantos casos que
se dan por ciertos.
En conclusión se puede decir que el espiritismo seguirá
existiendo y ahora hay más “formas” de comunicarse con los muertos, desde la
bola de cristal, la quija con abecedario incluido, hasta rituales en noche de
luna. Y lo que si es cierto es que mueve millones de dólares en sesiones con médiums
hasta la cinematografía hollywoodense.
Ivo Pino
Fuentes:
El Pensante. Leyendas del espiritismo. Historia de las Hermanas Fox.
Punt Magic. Breve historia de Allen Kardec
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