“Todos los hombres estamos llenos de flaquezas y errores, razón por la cual debemos aprender a perdonarnos recíprocamente, como dicta la primera ley de la naturaleza. La discordia es la gran calamidad que padece todo el género humano y la tolerancia supone su único remedio.»
Voltaire
Si es posible categorizar las diversas virtudes que enseña la masonería, me atrevo a señalar que la primera es la tolerancia, entendida como el respeto a la diversidad, el respeto a los demás y el respeto a uno mismo.
Si no somos capaces de admitir en los demás la posibilidad de ser distintos en su forma de
ser y de pensar; es decir, si no somos capaces de aceptar las diferencias y sopesarlas para determinar con libertad si nosotros mismos podemos asumir o desechar las ideas o pensamientos ajenos, entonces no seremos capaces de conocernos en nuestros propios defectos y virtudes.
Si no somos capaces de admitir en los demás la posibilidad de ser distintos en su forma de
ser y de pensar; es decir, si no somos capaces de aceptar las diferencias y sopesarlas para determinar con libertad si nosotros mismos podemos asumir o desechar las ideas o pensamientos ajenos, entonces no seremos capaces de conocernos en nuestros propios defectos y virtudes.
En el proceso del aprendizaje y en la construcción del templo interior, la tolerancia aparece como la principal virtud que se le dice al recien iniciado, que debemos cultivar.
En sentido literal se dice que la tolerancia consiste en permitir el mal sin aprobarlo. Pero la literalidad podría inducirnos al error de creer ser tolerantes cuando nos quedamos callados o como se dice popularmente “nos hacemos de la vista gorda” frente a las actitudes de los demás, por más perniciosas que éstas sean. Esta no es la acepción que aceptamos respecto de la tolerancia.
Ser tolerante no implica la aceptación pasiva de los actos ajenos, sino la aceptación de maneras de ser y de obrar distintas de la nuestra y la exigencia de reciprocidad en cuanto a nuestro derecho a pensar, creer y vivir de una manera coherente con el respeto por el derecho de los otros, dejando a salvo nuestro derecho de discrepar o mantener una posición respetable y propia.
Las normas naturales, legales y sociales nos obligan a actuar dentro de un marco de respeto por el derecho de los demás, pero cuando este límite es rebasado o roto, o cuando una autoridad, una organización o una persona invaden el ámbito de nuestro propio derecho, tenemos el justo derecho de reaccionar.
Por tanto, practicar la tolerancia no significa dejar ser o dejar pasar cualquier cosa, no significa actuar con indiferencia, altanería o aspereza, pero menos aún permitir el abuso o la arbitrariedad, sino buscar la justicia y la equidad, el respeto, la consideración y la benevolencia, y aceptar que pueden existir diferencias entre nosotros.
La tolerancia consiste en «respetar a la diversidad», en tener una actitud de consideración hacia la diferencia, en una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia, en la aceptación del pluralismo, en la aceptación de puntos de vista diferentes y legítimos.
En nuestro caso, no solamente se trata de establecer los puentes para que las diversas etnias y pueblos que conforman nuestro país se integren en un ideal común de nación, bajo un sincero manto de respeto como ciudadanos con igualdad de derechos sin importar nuestra procedencia, origen, raza, sexo, religión, idioma u opinión, sino de establecer también los puentes con nosotros mismos, en tanto que requerimos cambiar y modelar nuestros propios sentimientos y acciones para tener la capacidad de aceptar que tenemos defectos y virtudes al igual que todas las demás personas y luchar por liberarnos de las pasiones, los rencores, los odios, los miedos, los prejuicios, la maldad y el fanatismo. Cambiar primero nosotros mismos, desde dentro, para poder lograr el cambio que esperamos en la sociedad.
Convencernos que la práctica de esta virtud forma parte de la búsqueda de la luz tiñe irremediablemente nuestro ser de tal forma que en nuestra vida diaria tenemos que esforzarnos continuamente para actuar en concordancia con estos principios.
Por eso es que nos cuesta aceptar que en nuestra propia sociedad, todavía persista la discriminación, el racismo, el odio y el fanatismo que generan violencia e incomprensión.
El impulso conciente de la práctica de la tolerancia nos ayuda a comprender que a cada minuto en la vida diaria el esfuerzo por permitir que los demás se expresen con libertad a su vez nos permite una vida personal más plena. Esto exige mayor comprensión hacia nuestras esposas como mujeres y compañeras de vida, mayor comprensión hacia nuestros hijos en el ámbito de su propio tiempo, a nuestros familiares, a nuestros empleados, a nuestros empleadores, a nuestros vecinos, a nuestros amigos, y nos permite generar una cultura de paz, armonía y amor, que es el fin que persigue nuestra orden.
Para finalizar, me permito parafrasear parte del discurso final de Charles Chaplin (quien también perteneció a la orden masónica) en su obra cinematográfica EL GRAN DICTADOR:
“Me gustaría ayudar a todo el mundo si fuese posible: a los judíos y a los gentiles, a los negros y a los blancos (...). La vida puede ser libre y bella, pero necesitamos humanidad antes que máquinas, bondad y dulzura antes que inteligencia (...). No tenemos ganas de odiarnos y despreciarnos: en este mundo hay sitio para todos (...). Luchemos por abolir las barreras entre las naciones, por terminar con la rapacidad, el odio y la intolerancia (...). Las nubes se disipan, el sol asoma, surgimos de las tinieblas a la luz, penetramos en un mundo nuevo, un mundo mejor, en el que los hombres vencerán su rapacidad, su odio y su brutalidad.
También, me atrevo a recitar la oración por la Tolerancia del también masón, Voltaire:[1]
“No es, por consiguiente, a los hombres a quienes me dirijo,sino a Ti,
Dios de todos los seres,de todos los mundos y de todos los tiempos,
si le es permitido a pobres criaturas perdidas en la inmensidad e inadvertidas para el resto del universo osar pedirte algo,
a Ti que nos has dado todo,
a Ti el de los secretos eternos e inmutables.
¡Dígnate mirar con piedad los errores inherentes a nuestra naturaleza!
¡Que esos errores no sean la causa de nuestras calamidades!
Tú no nos has dado un corazón para odiar ni manos para estrangularnos.
¡Haz que nos ayudemos mutuamente a soportar la carga de una vida penosa y perecedera!
¡Que las pequeñas diferencias entre los vestidos que cubren nuestros débiles cuerpos,
entre nuestras lenguas insuficientes,
entre nuestros ridículos usos,
entre nuestras leyes imperfectas,
entre todas nuestras opiniones insensatas,
entre nuestra condición tan desproporcionada a nuestros ojos y tan igual ante Ti.
¡Que todos estos pequeños matices que distinguen a los átomos que llamamos hombres no sean dignos de odio y persecución!
¡Que los que encienden las velas al mediodía para celebrarte toleren a los que se contentan con la luz de tu sol!
¡Que los que cubren sus ropajes con una tela blanca para decir que es preciso amarse, no detesten a los que dicen lo mismo bajo un manto de lana negra!
¡Que sea igual adorarte en una jerga formada con una antigua lengua, que en una jerga más moderna!
¡Que aquéllos cuyo vestido va teñido en rojo o en violeta y que dominan en una pequeña parcela del pequeño montón de barro que es este mundo
y que poseen algunos fragmentos redondeados de un cierto metal, disfruten sin orgullo de lo que llaman grandeza y riquezas,
y que los demás les miren sin envidia,
pues Tú sabes que en todas estas vanidades no hay nada que envidiar ni de qué enorgullecerse!.
¡Será posible que se acuerden todos los hombres de que son hermanos!
¡Que tengan horror a la tiranía sobre las almas, igual que execran el bandidaje que les arrebata por la fuerza el fruto del trabajo y de la paciente industria!
¡Si los azotes de la guerra son inevitables,
no nos odiemos,
no nos destrocemos unos a otros en plena paz
y empleemos el instante de nuestra existencia en bendecir igualmente en mil lenguas diversas desde Siam hasta California
Tu bondad, que nos ha concedido este instante!.
Estas hermosas palabras dirigidas al Gran Hacedor nos indican que con fuerza de voluntad y el repaso constante de los principios masónicos que se mencionan constantemente en las reuniones masónicas, se podrá intentar siempre alcanzar los elevados propósitos de Libertad, Igualdad y Fraternidad que alumbran a nuestra orden, y que éstos sean los puntos de referencia de una práctica ética que nos permita ser parte de una sociedad libre y fraterna, basada en la tolerancia y el respeto mutuo, sosteniendo con firmeza el mazo y el cincel en la edificación de nuestro templo interior.
Ivo Pino Ramos
Adaptación basada en un artículo del hermano Jorge Luis Quevedo Mera de la Logia
Mantaro Nº 118 (12 de febrero de 2007)
[1] Voltaire; Tratado sobre la Tolerancia
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